Acabo de regresar de un viaje de trabajo. Hemos tenido una reunión muy intelectual de esas llenas de gente interesante trabajando en temas de interés social. Esa es la parte que más me gusta de mi trabajo, el poder conocer a este tipo de gente y escuchar sus historias, sus experiencias. Pero hay una parte en concreto que odio de este tipo de reuniones. Siempre comienzan con una ronda de presentaciones en las que tienes que exponer en breves minutos tu curriculum profesional al resto de participantes.
Este tipo de cosas me ponen muy nerviosa. En especial en esta ocasión, que sentados a la mesa estaban una serie de personas con un bajage profesional a sus espaldas increíble: doctores, académicos, lobistas, activistas, directores de ONGs, presidentes, profesores...y llega tu propio turno y qué dices: "Me llamo María, soy la que voy a tomar las notas, y tengo una diarrea galopante desde que hago Atkins por lo que ustedes me van a perdonar si tengo que abandonar corriendo la reunión cada cinco minutos"...Me pongo muy nerviosa en estos casos, la verdad.
Luego llega la hora de las cenas de trabajo, porque aunque supone que ya uno se relaja ante un plato de comida (al menos una menda), siguen siendo trabajo, ratos para hacer contactos, intercambiar otras ideas. Y yo llegada esa hora bendita donde ya puedo comer, no me puedo concentrar en nada más que el movimiento de la mandíbula. A esas horas no estoy yo para otras cosas y cuando escucho a mi alrededor otro tipo de conversaciones existenciales sobre el sistema educativo o la situación de los medios de comunicación en Europa, mi mente sólo puede pensar en la barra de chocolate Atkins que hay en mi bolso.
Lo peor de todo es cuando la cena tiene lugar en un restaurante marroquí que reproduce la esfera de una jaima. Todos se sientan en el suelo, sobre cojines y alfombras. Las mesas son bajitas y están pegadas en grupos de tres, alrededor de las cuales se agolpan unas siete personas. Esto parece muy divertido, y seguramente en familia o con amigos lo es. Sin embargo el terror comienza a apoderarse de mí cuando nos dicen que tenemos qeu quitarnos los zapatos. Nos miramos unos a otros riendo incómodamente. Un sudor frío recorre mi mente cuando recuerdo qeu tengo un agujero en la media, que deja al descubierto mi dedo gordo del pié. Quito las botas disimuladamente, tirando de la media hacia abajo y olfateando un poquito para comprobar si las plantillas esas antisudor funcionan o no. Después de una jornada intensiva de coche, caminata y cinco horas de reunión, no hay plantilla que se resista, desafortunadamente.
Nos sentamos silenciosos alrededor de las mesitas. Intento sentar mis ochentaypico kilos con cierta elegancia, pero no funciona cuando llevas un vestido que insiste en subirse y pegarse por todos los lados. Comienzo a echar de menos a mis tejanos y miro con envidia desatada a todos los hombres a mi alrededor. Después de quince minutos, la postura yoga avanzado con la que me he sentado comienza a pasar factura. Intento con disimulo estirar las piernas debajo de la mesa bandeja, que se tambalea peligrosamente. Consigo estabilizar el asunto, pero al estirar la pierna del todo choco con la entrepierna de otro comensal sentado al otro lado de la mesa. Nos miramos los dos con las mejillas ardientes. Recogo de nuevo las piernas, el vestido se sube de nuevo, yo tiro hacia abajo con una mano mientras que con la otra intento rebañar un poco de carne en salsa del plato comunal. Sí señores, aquí todo el mundo come a rancho. La salsa de ajo se derrama por la alfombra y me preocupa que la gente piense que son mis pies los que huelen mal.
Cómo puede concentrarse una en este tipo de restaurante en una conversación de trabajo? Que me lo digan!!! Sólo quiero terminar el día, llegar al hotel, darme una duchita caliente y remendar la media, no vaya a ser que al día siguiente nos lleven al mismo sitio.
A la hora del desayuno todo el mundo parece comentar la aventura del restaurante. Uno de los participantes dice que en su último viaje a China fué peor, le llevaron a un karaoke y tuvo que cantar tres canciones mientras tomaban el aperitivo.
Pues yo me quedo con los chinos, prefiero cantar a que me huelan los pies. Aunque claro, últimamente con la Atkins una tiene ese aliento ketónico que no sé qué será peor....
Lo dicho, no está una hecha para la vida moderna de mujer agresiva ejecutiva. Prefiero quedarme en casa con piés conocidos que sentarme a cenar con pies académicos por conocer...
donderdag 21 februari 2008
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