maandag 21 januari 2008

El tren

Hoy he vuelto a comenzar el día maldiciendo. Y eso que es el día internacional de la No Violencia en honor a Martin Luther King. Que conste que no he pegado a nadie, que una sabe controlarse pese a todo. Como cada mañana, madrugo para coger el tren a tiempo, pero el tren nunca tiene la misma consideración conmigo, y siempre llega tarde o no llega. En Holanda los trenes funcionan muy mal últimamente y las excusas que te ofrecen por los altavoces frente a los retrasos o las cancelaciones de trenes son de lo más irrisorio: que llueve, que truena, que nieva, que hace demasiado sol y el trenecito ha cogido una insolación...y ya la de hoy ha sido digna de anecdotario: "Señores y Señoras, sentimos el retraso (de media hora, por cierto) pero es que estamos esperando por el conductor, no sabemos donde está porque no contesta su móvil". Los pasajeros no sabíamos si reir o llorar, pero lo cierto es que al menos se agradece la sinceridad.

Mientras el conductor seguía en paradero desconocido, el tren llevaba ya tanto retraso que han tenido que suspender el siguiente, con la consiguiente acumulación de pasajeros que normalmente viajan en dos trenes diferentes, en un sólo tren. Si hubiera sido un día de frío polar, se agradece incluso el calor humano, pero hoy no hacía demasiado frío, simplemente diluviaba a mares. Tuve que sentarme en el espacio que se encuentra entre dos vagones, un habitáculo de unos 6 metros cuadrados aproximadamente, en el que nos encontrábamos unas 40 personas calculando por lo bajines.
Los milagros existen. En un momento determinado descubrí que detrás de una de esas bicicletas pegables que tanto les gustan a los holandeses, había aún un asiento también pegable aún por descubrir. Me acerqué a la señora/señor (en este país hay una especie humana cuyo género es difícil de distinguir) y le pedí por favor si podía apartar su bicicleta para que yo me pudiera sentar. Me puso cara de mala leche mañanera y me dijo que no tenía sitio para ponerla. En ese momento sentí el fuego arder dentro de mis entrañas (claro que me había olvidado de tomar los antiácidos con tantas prisas para coger el tren). Agarré la bicicleta y se la puse a la señora que parecía un señor, o viceversa, entre sus piernas. Desplegué el asiento con cuidado (todo mojado gracias a la bicicleta que estaba chorreando), me senté todo lo elegantemente que una puede en un espacio libre de cinco milímetros y abrí el periódico. Oí de fondo los gruñidos de la cosa y ya cabreada le dije: "Su bicicleta pegable ha pagado por ir sentada? No, pues ajo y agua". La cosa se giró y me dió con la espalda en la cara, y menos mal, porque tenía una cara horrorosa y así me dejó campo visual abierto hacia un Clooney que intentaba mantener el equilibrio entre los demás pasajeros, visión que comenzó a alegrarme la mañana.

Después de unos 10 minutos, el tren se paró en la siguiente estación. Nadie se bajaba, y sin embargo mucha gente quería subir. Una señora entrada en años preguntó si era el tren de camino a Utrecht...y alguién susurró entre los vapores de sudor, humedad y olores varios: "No, señora, es el tren a Auswitch"... La señora intentó abrirse paso entre la gente y vino a situarse, la muy condenada, justo enfrente de mí. Me miró con cara de cordero degollado, enseñándome todas las arrugas que decían a gritos: "tengo más de ochenta tacos, hija de mi corazón"... Miré a la bicicleta entre las piernas de la cosa y miré a la cosa, pero ésta ni se inmutó. Suspiré y me levanté para acometer la primera buena acción del día: "Señora, siéntese por favor". Después de esos breves segundos de no hija no, sí hija sí, y que Dios te bendiga... la señora aceptó mi asiento y yo me resigné a viajar de pié durante los próximos 40 minutos. Ni siquiera acercarme al Clooney pude. Quedé encajada justo en frente de la cosa, que sonreía con maldad amorfa, pero con maldad al fin y al cabo.
Yo, que he comenzado el año encaminada hacia la santidad y hacia la aceptación divina de la Providencia, dirigí mi meditación a Dios: "Espero que me perdones el ataque de maldad y violencia que he tenido hacia la cosa y me apuntes unos cuantos positivos en la libreta por haber dejado el asiento a la cuasi centenaria. Quedamos a bien, no?" No sé si Dios me escuchó entre tanta alma humana y tanto apretujamiento, porque además mi Dios está un poquito sordo últimamente, pero al llegar a la estación de Utrecht me sentí mejor. Incluso miré a la cosa antes de bajarme del tren y le dirigí una sonrisa sincera (bueno, todo lo sinceramente que se puede sonreir a una cosa, claro está). Celebremos juntos el día de la No Violencia, eso sí, fuera del tren.

2 opmerkingen:

Anoniem zei

Ahora lo comprendo todo...Hoy me han dado un librito en la estación de trenes de Utrecht, con descuentos para comidas saludables, en el que además explican que se queman más calorías esperando de pié en el andén al menos 1o minutos, que corriendo a marchas forzadas en el último momento para coger un tren...Por eso los pobres siempre se retrasan! Lo hacen por nuestra salud!!! Qué buena onda la NS, la de kilos que voy a adelgazar...

Anoniem zei

Cómo se sabe que estás en un tren holandes?

a- No se levanta ni Dios a ceder el asiento a ancianos, embarazadas, etc.

b- Suenan 10 teléfonos móviles y lo único que se oye a voz en grito es: sí, que estoy en el tren.

c- Los que entran lo hacen antes de que salen, es decir,.... el último.

d- Cara de disimulo detrás del periódico durante todo el trayecto o haciéndose el dormido, pero escuchando toda, toda la conversación del vecino.

Pero cuando pasan a y punto pasan a y punto, es decir a y 2 o a y 23 minutos. A los españoles nos reconocerás por la cara de incredulidad que ponemos.