maandag 28 januari 2008

Carne trémula

Este fin de semana me he enfrentado a la dura realidad que supone la verdad desnuda. En este caso, la semidesnudez fue lo que me obligó a darme cuenta de una vez por todas de que, pese a todas las frases bienintencionadas de mi querido marido y de los ánimos de mis amigas, hay algo que no puedo seguir negando: ESTOY GORDA. Así, con mayúsculas y todo, porque he entrado en una fase de gordura que ya no raya, sino rebasa la palabra obesidad. No me atrevo aún a pronunciar lo inevitable cuando una hace esos cálculos del BMI y demás métodos midegrasas: obesidad mórbida...Dios mío, voy a dejarlo de momento en superhábit de carne trémula.
Lo descubrí hace tiempo, cuando los pantalones de la máxima talla que una puede encontrar en las tiendas para gente “normal” dejaron de subir más arriba de la cadera, atascadas entre las pistoleras y los rollos celulíticos del interior del muslo.
De manera que no eran noticias nuevas y la confrontación con la verdadera imágen de lo que soy no debería haberme pillado por sorpresa. Sin embargo, tuve que contener un grito de pavor llevando la mano hacia la boca porque aunque la hubiera llevado hacia la tripa, ni siquiera hubiera sido suficiente la mano de un pelotari para evitar tan horrorosa visión. Ocurrió en la piscina, una de esas macropiscinas tropicales que proliferan en este país de ranas. Después de sudar la gota gorda en los vestidores intentando subir el bañador, que parecía haber encogido desde el verano pasado, nos encaminamos hacia la piscina. De camino comencé con ese infernal juego masoquista que alguna que otra fémina practica en un momento determinado de su vida, para sufrimiento y aburrimiento de su novio, marido o compañero sentimental: “Cariño, estoy tan gorda como esa señora del bañador a cuadros?”. Y comienza el típico diálogo de besugos al que uno se acostumbra después de jugar a este juego durante 9 años de matrimonio:

- No cielo no, tú estás muchísimo más delgada.
- Y el culo, es tan ancho como el de esa del biquini rojo?
- No, por Dios, que dices sweetypie, tu culo es por lo menos tres veces menor...
- Estás seguro cielín?
- Claro que sí, hombre, si estás guapísima...

Y de repente se cruza en el camino una señora descomunal, en bañador azul y blanco, carne trémula a cada paso. Es como ver a un postre de gelatina caminando entre las duchas. Ya no hay culo ni caderas comparables, esta señora es un todo, una masa pluriforme e inestable...Y cuando una ya va a preguntar a su maridito –a sabiendas que él santo varón va a contestar con la cantinela a favor de siempre- una se da cuenta de que se encuentra en frente de una pared de espejos y que la señora del bañador azul es una misma. La carne entonces se hace más trémula que nunca, y eso que la figura azul ha quedado paralizada y se lleva una mano a la boca para evitar ese grito que se ahoga en un inevitable: “Anda la ostia, la foca marina soy yo”. Las lágrimas comienzan a aflorar en la comisura del ojo mientras que un olor a patata frita comienza a entrar por la nariz. Dejo de respirar, creo que a mí hasta eso me engorda. Un olor así a fritanga debe de contabilizar por lo menos 100 calorías. El maridito comienza a ponerse nervioso e intenta calmar la situación: “Venga chatina, que estás muy guapa, vamos a nadar que ya verás como haciendo ejercicio te sientes mejor”. Ejercicio, ha dicho ejercicio? Osease que él también piensa que soy una foca marina, y para encima me miente. Ay que ser canalla...Recojo la toalla y salgo corriendo de la piscina. Embutida en mis tejanos y un jersey largo me siento protegida del horror de la carne gelatinosa.
Miro a mi alrededor, sólo veo carteles anunciando café con tarta de manzana por 2 Euros. Al otro lado un camarero acaba de servir tres copas de helado de chocolate gigante. Miro a los riachuelos artificiales que recorren el recinto llenos de peces japoneses que de repente se transforman en lubinas al horno con patatinas guisadas...Me duele la cabeza, todo gira a mi alrededor. Caigo en plan Scarlett O’Hara derrotada sobre mis mullidas rodillas...y arranco un par de hierbajos del suelo..miro hacia arriba y grito: “Aunque tenga que matarme o coserme la boca, a Dios pongo por testigo que jamás volveré a meter nada en el cuerpo y que sea mi vida el hambre!”. Mi marido que ha salido corriendo detrás mío, aún en bañador y con la nena llorando en brazos, se acerca a mi y por lo bajines me susurra, esta vez sin miramientos: “Francamente, querida, me importa un bledo. Hemos venido a nadar y a disfrutar con la niña, así que haz el favor de aparcar el drama y meter tu hermoso culo en la piscina”. No hay nada como un Rhett Butler para alegrarle a una la vida.

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