donderdag 24 september 2009

Africa se muere...I parte

Africa se muere, sí. Se muere de hambre, de sida, se muere de rabia. Expira lentamente mientras la tierra se agrieta y los montes y selvas que hace tiempo rebosaban vida se envuelven de silencio. Ahora queda sólo un murmullo de suspiros agonizantes que se pueden escuchar desde su despacho, a través de las pilas de informes que se han acumulado mientras pasaba el tiempo. Se le ha ido de las manos o quizás nunca puso sus manos en ello. Revisó una vez más la última memoria. Le dolía la cabeza y tenía el corazón encogido. Miró con ojos empaňados la decena de cajas desparramadas por el suelo que había rescatado del archivo hace unos días. Cajas en las que aňos atrás se condenó a la esperanza por falta de tiempo. No cayeron en la cuenta de que también la esperanza envejece y se muere, como todas las cosas. Deseó poder reanimarla con tan sólo soplar el polvo que cubría los papeles que la aprisionaban, pero ya no era posible. El tenía que dar la cara, tenía que enfrentarse al día siguiente a la prensa internacional en un intento de explicar los motivos que habían llevado a aquella situación desesperante. En la reunión de aquella maňana gris bajo el aire frio de un Washington entumecido, la comisión le había aconsejado buscar justificaciones en las inclemencias metereológicas que habían azotado al continente africano en la última década. Es cierto que el Niňo, en su última visita, se había ensaňado con aquellas tierras lejanas, pero él sabía que la nueva tecnología había permitido predecir su llegada con meses de antelación, y sin embargo no hicieron nada para ayudar a prevenir el desastre. El Niňo dejó aquella unidad de la superficie terrestre patas arriba.
Un puňado de aňos atrás, había llegado a la conclusión, a través del estudio de numerosos informes de los inspectores y expertos que trabajaban para las Naciones Unidas y de su propia experiencia recogida en tres viajes a Africa, que había que ponerse manos a la obra. Tenían que dar prioridad a los problemas que azotaban no sólo a un país sino a todo un continente. Cada vez más gente se moría de hambre y el sida se extendía al la misma velocidad con la que corría la sangre, mientras ellos se cruzaban de brazos. Los experimentos con armas biológicas que habían llevado a cabo en un par de poblaciones aisladas, de esas que ni siquiera aparecen en los mapas, se les escurrieron entre los dedos. La nueva epidemia se expandió sin límites y hubo que buscar a un expecimen nuevo al que culpar de ello. Propuso entonces a la comisión tomar cartas en el asunto. Las ayudas humanitarias no eran suficientes para paliar las necesidades de una población esquelética que ni siquiera tenía fuerzas para recorrer unos kilómetros en busca de agua y alimento. Miles de toneladas de grano se pudrían en los almacenes esperando a que Europa y Estados Unidos negociaran sus posiciones sobre el uso de cereales manipulados genéticamente. Africa quería comer, pero no quería tener que alimentar a su ganado con grano americano que estaba prohibido en Europa, porque después no podría vender sus reses y los productos derivados de la ganadería a los países importadores europeos. Los africanos, atrapados en las redes de la burocracía y los juegos de la política internacional, veían pasar las semanas, los meses y los aňos que se convirtieron en lustros y en décadas.
Eran también malos tiempos para la comisión. El terrorismo tenía el sello de prioridad absoluta y todas las organizaciones internacionales concentraban su esfuerzo en digerir extensos informes sobre tráfico ilegal de armas y personajes siniestros que siempre concluían en nada. Era un círculo vicioso, los mismos que fabricaban y vendían las armas querían atrapar a quienes las usaban contra ellos. Era una caza sin fin. El terrorista jugaba con la ventaja de no tener que perder tiempo ni dinero en burocracia ni papeleos. Cayeron las torres y, con ese montón de hierros retorcidos y escombros, tambaleó el equilibrio internacional. No quedaba tiempo que perder. Primero fue Afganistán. Tenían las manos llenas porque las guerras dan mucho más trabajo que la paz. Pero los terroristas son personajes escurridizos. Ellos sin embargo, se sentían como osos primerizos en la vereda de un río inmenso, intentando cazar de un zarpazo a todos aquellos salmones nadando contracorriente. Además los zarpazos fallaban la mayoría de las veces. Luego llegó Irak. La comunidad internacional comenzaba a dudar más y más, pero no podían abandonar su carrera a medio camino. Tenían que actuar rápida y eficazmente. Se subestimó el tiempo, un tiempo que ni siquiera tenían. Las hordas de refugiados afganos e irakíes pesaban más en la conciencia que un grupo de africanos a lomos de una patera. No se podía perder ni un segundo más con pequeňos problemas. Más tarde llegó Korea del Norte. Habían hecho la vista gorda hasta el momento porque estaban demasiado ocupados persiguiendo cabezas con precio. Necesitaban desesperadamente algún trofeo que colgar en la primera página de los periódicos. Pero al otro lado del mundo, aquellas hormiguitas inocentes y laboriosas despertaron un día armadas hasta los dientes y comenzaron a hacer demandas. La creación de la Confederación Económica de los Países Asiáticos no había hecho más que complicar las cosas. Era el despertar de una guerra gélida que hacía tambalear el marcador de las grandes potencias.
El había visto varias veces los informes que llamaban la atención sobre el problema africano. Los había tenido sobre sus manos y los había presentado en dos ocasiones ante la comisión. Se zanjó la cuestión por aquel momento mandando un par de destacamentos a los lugares más problemáticos. El resto se dejó en manos de un grupo de famosos artistas que iban de vez en cuando a algún país africano para rodar un documental, organizar un concierto benéfico, dejarse notar. El tampoco insistió más. Al fin y al cabo se trataba de países de tercera que no suponían ninguna amenaza, así que tendrían que esperar.

....continuará....

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