Lo cierto es que yo hubiera podido ser guisandera. Me he criado al lado de los fogones alrededor de los cuales se daban cita tres generaciones de acendadas guisanderas que iban y venían entre patatas, arroces, judías, carnes, harinas y demás viandas para crear un universo de olor y sabor que parecía no tener límites. Yo sin embargo no estaba muy interesada en la cuestión de la cocina, o de lo que se cocía en ella, o mejor dicho de lo que en sí se cocinaba en los fogones. Al contrario que mis hermanas, que han sabido aprender los trucos y recetas del rosario familiar, y bien que les ha ido con un afamado restaurante en la capital y una empresa de cátering de no menos rango, yo me interesaba más por las palabras que en aquella cocina desfilaban desprendiendose en el ambiente para unirse a los aromas de los guisos. Mientras mis hermanas como digo se afanaban en recordar las recetas y seguir paso a paso la elaboración de los platos, yo me perdía en las historias que acompañaban a cada delicia culinaria. Cada receta venía siempre acompañada de alguna historia y así, las galletas de la tía Eulalia traían a la cocina a la vieja Cuba, porque allí era donde la tía había aprendido a hacer aquellas galletas deliciosas cuyo ingrediente secreto, creo recordar porque repito que en esto de la cocina les salí rana, era ni más ni menos que unas lágrimitas de desamor rociando la masa fresca. Y de ese ingrediente también había bastante en la familia, porque el único calor de aquellas mujeronas, mujeres y mujercillas, era el de los fogones, que ningún marido, novio ni amante, les supo aguantar el paso, y las fue dejando abandonadas, viudas o divorciadas por el camino.
A mi de la cocina, aparte del hervidero de historias, rumores y cotilleos (porque mis parientas además de guisanderas tenían la habilidad de convertirse a veces en verdaderas verduleras), me gustaba el resultado final, es decir, la comida lista para ser engullida primero por los ojos y después y casi ya por glotonería a través del paladar. Digo por glotonería porque después de horas macerada entre aquellos aromas y un prueba aquí esto y aquí esto otro, una ya tenía la sensación de haberse metido entre pecho y espada al menos tres o cuatro raciones de aquellos maravillosos platos. La comida junto con las historias han marcado el resto de mi vida y mientras no puedo evitar seguir tragando cuanto puedo de lo primero, necesito vomitar el mayor número de historias posibles al día, uno para subsistir, pues vivo de ello, y otro por una necesidad fundamental de contar cosas, como si al escupir las palabras me sintiese un poco más vacía para poder seguir comiendo. Son estos los dos placeres fundamentales de mi vida, porque como avanzaba, el amor no ha sido el fuerte de esta familia matriarcal, o no el amor masculino en todo caso, porque eso sí, entre nosotras nos amamos tanto como nos odiamos.
He conocido a bastantes hombres, pero de algunos no me acuerdo de sus nombres, y eso debe de ser mala señal. De los otros que sí recuerdo, el nombre al menos, ha quedado una sombra ténue que apenas hace nada por salir de vez en cuando a flote en los recuetos caminos de mi memoria, o desmemoria, porque llevo fatal lo de los recuerdos. Quizás haga falta precisar que es desmemoria selectiva, ya que de algunas cosas que han pasado hace tanto tiempo puedo llegar a recordar los detalles más mínimos, como el olor del ambiente en aquel momento, la ropa que llevaba puesta, el color de una flor sobre la mesa, y sin embargo de otros acontecimientos de mi vida o de la vida ajena en la que simplemente ejercí como testigo, no me acuerdo de nada de nada. Pero lo de la memoria no me preocupa demasiado (menos cuando se trata de recordar dónde he puesto mis llaves, que tienen siempre la manía de desaparecer en el momento más desafortunado). Llevo también fatal lo de la memoria colectiva de la que es máster mi familia, porque todas ellas tienen la increíble habilidad de recordar de la misma manera y con el mismo detalle las historias pasadas, las reuniones familiares, lo que le sucedió a fulanita el día de su boda, lo que mató a fulanito un día de verano, y yo, siempre siembro la discordia, porque parece que estoy condenada a recordar de otra manera.
vrijdag 28 augustus 2009
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2 opmerkingen:
bienvenida!!! te he echado mucho de menos...
Maruchina mía, yo échete de menos tamién, fía! No dexes de pegar lletrines, chatina!
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